Cuando el bosque calla, la ciencia puede hablar por él. Y en uno de los rincones más amenazados de la Amazonía, un pequeño equipo de investigadores decidió hacer exactamente eso.
Hace unos años, en Madre de Dios, los mapas satelitales mostraban una herida creciente: cientos de hectáreas de bosque arrasadas por la minería ilegal. Los peces de los ríos, las aves y los árboles estaban impactados por el mercurio. Las comunidades locales, muchas veces olvidadas, comenzaban a sentir los efectos en su salud, en su tierra y en su futuro.
En ese contexto nació una pregunta: ¿y si la ciencia se permite salir del laboratorio y se propone activamente sanar la Amazonía? Hacer ciencia para la gente y para la Amazonía.
CINCIA, el Centro de Innovación Científica Amazónica, se propuso demostrar que la respuesta podía ser afirmativa. Con raíces en Puerto Maldonado y en Loreto, reunió a estudiantes, biólogos, ingenieras, maestras, autoridades y líderes indígenas. Su meta era ambiciosa: restaurar lo dañado, prevenir lo que aún podía salvarse y convertir el conocimiento en acción.
Reforestar no solo el bosque, sino también la esperanza
Uno de los primeros logros fue crear parcelas de restauración en antiguos campamentos mineros. Donde antes había tierra estéril y aguas turbias, comenzaron a crecer pequeños árboles de especies nativas. Los mismos soldados que alguna vez patrullaban esas zonas fueron capacitados para plantar, cuidar y monitorear. Y no estaban solos: jóvenes de institutos técnicos, mujeres mineras formalizadas, y estudiantes universitarios trabajaban a su lado.
Juntos recuperaron directamente más de 100 hectáreas degradadas, y generaron condiciones para la restauración indirecta de otras 600 hectáreas. Pero lo más importante no fueron las cifras, sino lo que representaban: un modelo de esperanza de cómo restaurar la Amazonía con manos locales y ciencia aplicada.
La selva vista desde el cielo… y desde el aula
Al mismo tiempo, más de 3,000 personas fueron capacitadas en técnicas de monitoreo, restauración, educación ambiental y análisis de mercurio. Entre ellas, docentes, estudiantes, técnicos, militares, funcionarios y líderes comunales.
Además, más de 7,500 personas fueron sensibilizadas sobre los impactos de la minería, la conservación de los ecosistemas y los riesgos del mercurio, a través de campañas comunitarias, ferias, eventos y encuentros con poblaciones indígenas y urbanas.
Mujeres en ciencia: sembrando redes, no solo datos
Uno de los legados más poderosos de CINCIA ha sido su apuesta por el liderazgo femenino. En alianza con la Universidad Nacional de Madre de Dios (UNAMAD) y la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana (UNAP), creó el primer laboratorio virtual de mentoría para mujeres en ciencia del Perú. Más de 50 jóvenes accedieron a acompañamiento, formación y oportunidades que, para muchas, antes parecían imposibles.
Paralelamente, mujeres indígenas se formaron como líderes ambientales. Con datos en mano, llevaron sus voces a foros internacionales y exigieron políticas más justas para proteger sus ríos, sus cuerpos y sus culturas.
Salir del laboratorio
Pero los impactos no quedaron en las parcelas ni en los salones de clase. Las investigaciones realizadas por los científicos de CINCIA sirvieron como base para propuestas legislativas, políticas regionales y estrategias de salud pública. Se produjeron más de 100 documentos técnicos y al menos 60 publicaciones científicas, muchas de ellas en revistas internacionales, que hoy orientan la toma de decisiones ambientales en el Perú y otros países amazónicos.
El reto de seguir acercando la Gente a la Ciencia y la Ciencia a la Gente….
En abril de 2025, varios de los financiamientos internacionales se cerraron. Pero lo construido no desaparece con un presupuesto. CINCIA deja una red activa con capacidad analítica, de investigación, de pilotos de restauración, y de alianzas con gobiernos locales, universidades fortalecidas, jóvenes, haciendo ciencia para proteger su territorio y de mujeres que hoy lideran procesos antes reservados solo para técnicos o autoridades.
La Amazonía sigue enfrentando amenazas enormes. Pero hoy, en medio del ruido de motores y retroexcavadoras, también se escuchan otras voces: las de científicas indígenas, maestros rurales, estudiantes que usan drones, y comunidades que no se resignan.
Porque si algo ha demostrado CINCIA, es que cuando el conocimiento se comparte y se pone al servicio del bien común, puede brotar vida incluso en los suelos más dañados y esperanza proactiva y propositiva en la búsqueda de soluciones y alternativas innovadoras basadas en ciencia.